Todo parece valer para motivar a una nadadora. La seleccionadora destituída Anna Tarrés podía decir a alguna que se había tirado a todo lo que se movía o hacerle creer que estaba gorda. Los resultados no necesariamente tienen que ser una medalla tras otra sino que a veces algunas prácticas represivas pueden desatar la desafección, la desconfianza o la bulimia. Que vienen a ser lo mismo pero con la diferencia de hacia donde se desaten las iras.
El misterio del repentino cese de la santificada seleccionadora, tras una línea inmaculada en resultados, va aflorando desde cada una de las piscinas donde se encuentre alguna reprimida por unos métodos que llevan al éxito, pero a veces desatan una imprevista reacción.
Imprevisiblemente tras una de las mejores cosechas en el medallero procedente de un filón inesperado por la federación, la rescisión de contrato empezó a situar la otra verdad encima de cada gesto sincronizado. La etapa de Dragan Matutinovic como seleccionador de Waterpolo no estuvo tampoco exenta de dureza. Fue asimilada durante su mandato en cada uno de los integrantes del grupo de elegidos para el intento del éxito olímpico ante la comprometida cita de Barcelona 92. La sufrida mejor generación de jugadores de toda la historia tuvo que enfrentarse a largas caminatas, largas sesiones de natación, complementos en el gimnasio y remates en las porterías de unos campos de fútbol donde la selección acuática también disputaba partidos, pero de entreno. Ahora incluso cuestionan los éxitos. Las platas cosechadas durante esos eternos tres años algunos las consideran poco.
La selección, una vez seleccionado el grupo, funcionaba de manera inversa a partir de la confección de la lista. Para situarse en la convocatoria se exige destacar entre la masa. Una vez entre los elegidos, sus componentes debían resistir todo tipo de retos físicos. Tanto Matutinovic como Anna Tarrés eran reacios a dejar escapar a nadie de sus planes trazados. Si había que correr se corría y si había que dormir se dormía pero en ningún caso permitían satisfacer ningún imprevisto. Ni para ir al dentista se podía escapar de la disciplina de grupo. Ni para ir a vomitar en caso de náuseas. La agenda marca las horas y jamás el indisciplinado reloj biológico de cada uno.
En Vallecas también se vivió un intento heroico por marcar el calendario de la jornada futbolística que nos precede. Todo no valió, para váyase a saber si congregar doblemente cientos de miles de espectadores ante las pantallas de cientos de miles de bares quienes celebraron la contrariedad como nadie. Todo no valió para desprestigiar una liga ya desprestigiada de inicio con altas deudas que impiden fichar estrellas. Todo no valió para desestabilizar a un Real Madrid que va trampeando un mal inicio de temporada. Todo no valió tampoco en territorio azulgrana para justificar resultados excelentes. El miedo sigue caracterizando a los dos grupos de aficionados a quienes no se les asignó el papel de temerosos ante un juego mediocre que no permite soñar con metas demasiado elevadas.
Tito Vilanova tiene un precedente en el que fijarse. Johan Cruyff, en una de las pocas comparecencias en las que arremetió contra su grupo de jugadores, sacó toda la ira con una corta frase que pasó a la historia. El anuncio, cierto día en los años 90, de que el ciclo triunfal había concluido estimuló a partir de entonces a un equipo en declive hasta conseguir el título de liga en el último minuto con remontada pletórica. Podía haberlo descendido a segunda división si las palabras hubieran ocasionado una depresión profunda. La práctica fue positiva y terminó el ciclo con final feliz. ¿A Mourinho, a quien le gusta distinguirse por otras cosas, le queda exclusivamente la opción de ir derivando hacia las maneras de los dos seleccionadores más laureados de la federación española de natación?
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El secreto de la debacle barcelonista
Aunque los medios no hayan prestado demasiada atención al acontecimiento esta semana estuvo marcada deportivamente por la vuelta de Keita a los entrenos azulgranas. Con un calendario apretado la Copa de África en la que participaba se debió disputar mientras seguía liga de fútbol profesional, copa del rey y copas europeas. Si no cabe ni un alfiler en la programación deportiva una competición de un continente abandonado mucho menos.
El motivo de las apreturas del calendario pregúntelo a los medios de difusión. Pregúnteles porqué de viernes a lunes han organizado una sesión continua de terapia futbolística con recidivas los martes, miércoles y jueves. La respuesta bien podría ser la rentabilización de las retransmisiones por las que los imperios de las ondas enterraron miles de millones de euros. Terminó esta vorágine de rematar lo poco que tenían de deportivas las competiciones.
Los espectáculos hay que dosificarlos como los culebrones y servirlos a la hora que más convenga. El Tour de Francia hay que disputarlo para hacer coincidir la llegada a meta con una hora que pueda tener una audiencia aceptable. Aunque el pelotón se ase es necesario mortificarse de cara a la galería. Los octavos de final de Champions League ya no se pueden disputar en una misma semana. Ni deben enfrentar equipos de un mismo país. Hay que procurar retransmitirlos de uno en uno. Así es imposible hacer hueco a la Copa de África y al más mínimo chupito.
Pep Guardiola demostró la temporada pasada que no tiene ni idea de todo esto. Si sigue en el banquillo es gracias a que los resultados cosechados en el campo son espectaculares y le salvan el puesto. Pero fuera que es donde importa reconoció que Jose Mourinho es el puto jefe. Y así va en la liga. La justicia mediática le va colocando en su lugar. Va dirigiéndose progresivamente al canal televisivo que le corresponde. No es un entrenador para las primeras cadenas sino para las que emiten programas instructivos y de calidad como La2.