Juegos

Copan las pantallas de televisión de estos momentos para gusto de aquellos que todavía están dispuestos a apretar el botón y sentarse plácidamente a observar todos los enfoques posibles de lo que acontece en Londres. Es tanto que a veces no cabe en tan pequeño espacio lumínico situado en el interior de cada hogar. Como en la ventana en multitud de ocasiones no caben todos los matices que transitan por la calle. Además de servir a la promoción altruísta del lugar que se prevé destino estrella para los próximos años, la retransmisión de los juegos olímpicos sirven para situarnos en otras realidades pocas veces vividas y mucho menos contadas.

Las competiciones, supuestamente atléticas, empezaron oficialmente tras una inauguración que tuvo lugar unos días después de que muchos deportistas ya hubieran tomado parte en su terreno. El protagonismo robado a la ceremonia no impidió celebrarse a la antigua usanza con un desfile que nada tiene que ver con los rituales militares, pero que se le parece. Durante los juegos olímpicos los países beligerantes respetan la bandera de los demás participantes pero intentan conquistar cualquier plaza de podio.
Los juegos en realidad no son un juego para la mayoría de contendientes. Son algo mucho más serio y que empatiza con esas masas de televidentes que gesticulan visceralmente según avances o retrocesos de este tipo de tropas civiles, en su mayoría pagadas con los mismos presupuestos que sufragan tanques o minas. Por ello no es necesario rememorar la extinta Unión Soviética para asimilar éxitos deportivos a publicidad de un régimen. De la misma manera que se está vendiendo una ciudad turísticamente también se están promocionando maneras de hacer, solvencias o confianzas colectivas. De ahí la importancia de dar cobertura al evento instalando cámaras hasta en la más absoluta oscuridad por si las moscas a algún atleta se le enciende la bombilla.

Si el seguimiento mediático es absoluto no ocurre lo mismo desde los graderíos. Las retransmisiones dejan en evidencia la gran cantidad de sillas vacías que apresuradamente es necesario rellenar. Aunque hubo unas 22 millones de peticiones para casi 9 millones de localidades. Aunque un 75% de las entradas estaban destinadas al público, un 12% a comités olímpicos nacionales, un 5% al Comité Olímpico Internacional y un 8% a los patrocinadores. Pero las imágenes ponen al descubierto que no solamente faltan las entradas regaladas sino muchas más que probablemente se conviertieran en moneda especulativa. Como idea de última hora el comité organizador ideó la puesta en venta de nuevas unidades en taquilla. La medida debería paliar una extraña deserción tras la perfecta distribución de localidades.
Otras ideas más efectivas fueron ofrecer asientos a los militares encargados de la seguridad o a centros educativos próximos a los recintos que hasta ahora nada tenían que ver con las maniobras. El dispositivo al servicio del orden público es extremadamente extenso como también lo debía ser durante las competiciones que tuvieron lugar en Barcelona hace exactamente 20 años. Por ello no es de extrañar que la asistencia pueda elevarse en los próximos días. El secretario de estado de seguridad Rafael Vera, en el cargo durante los juegos barceloneses, desvelaba haberse desactivado un artefacto explosivo en el techo del mismísimo Palau Sant Jordi, programado para explotar días antes de los llenazos. Según Vera, la bomba podría haber causado graves destrozos en la instalación olímpica y buscaba la máxima publicidad y relevancia mediática, en unos días en los que el mundo entero estaba pendiente de la ciudad. Tampoco sería descabellado creer que en las gradas de esos juegos que dos décadas después se rememoran había gran cantidad de personal con alguna arma distinta a la que utilizan en las canchas los deportistas. En declaraciones coicidentes con actos conmemorativos Rafael Vera explicó también que demostró discretamente al mundo la perfecta seguridad del evento de manera muy peculiar. Se jugó que no sería capaz de infiltrar la mismísima CIA a ningún agente en las fuerzas de seguridad al mando de los juegos. Pese a intentarlo con cinco efectivos el movimiento quedó en eso. La autoría de la colocación del artefacto todavía no ha sido reivindicada por parte de ningún grupo terrorista. Sólo queda claro que el KGB difícilmente podía cometerlo después de enterarnos durante ese mismo evento que la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas se había disuelto y competía con unas raras siglas.

Los juegos olímpicos londinenses pasarán a la historia por otro tipo de motivos. Sin una gran amenaza terrorista han movilizado grandes dispositivos de seguridad, no solamente cámaras. Su inauguración celebrada días después del inicio real de las competiciones deportivas destacó el gran proceso revolucionario protagonizado por la sociedad británica en los relativamente recientes decenios. Tanto en el terreno industrial como en el sanitario amenizó la parte más folklórica del espectáculo. De modo más transgresor, por primera vez todas las delegaciones contaron con mujeres en el desfile. Dejan curiosas estampas en el ámbito deportivo que nada tienen que ver con pequeñas y ajustadas vestimentas que ya no causaban ningún estupor a nadie. Tan novedosos fueron estos juegos que hasta tuvimos ocasión de poder presenciar un Objeto Volador No Identificado en la parte pirotécnica de la ceremonia de inicio. Hasta que quizás dentro de 20 años se nos desvele quien tripulaba ese objeto o si era teledirigido así deberemos considerarlo.

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