No han pasado ni dos semanas desde que se calcinara el mercado. Ocurrió así literalmente. Pese a que pueda parecer que deliro espere a conocer el motivo para criticar la afirmación o fumarse un habano, producido allí donde el comercio escasea, plácidamente siempre que disponga de cenicero.
En esta ocasión no estoy haciendo referencia a la consecuencia de ninguna de las inyecciones que han tenido lugar en nuestro reciente pasado, ni a cualquiera de las otras que restan por administrar.
La historia de hoy va relacionada con uno de los incendios que deflagró numerosas hectáreas de bosques, suelo agrícola y que hasta tuvo la indecencia de inmiscuirse por terrenos urbanizables y urbanizados. Las llamas prendían con una colilla arrojada desde una vulgar carretera. Habitualmente la vía alberga actividades, ahora perseguidas, relacionadas con el sexo de pago, pero ya en tiempos inmemoriales transitaban por allí vehículos hacia el permitido genitalismo francés. El sentido del mercadeo va cambiando como consecuencia del ensañamiento relativo con alguna actividad por parte de aquellos que nos protegen de todas las sarnas.
En épocas más remotas todavía, un grupúsculo de griegos desembarcados desde la lejana Focea fundó una ciudad denominada aproximadamente «Emporion». El lugar desconocidamente autárquico estaba situado hasta entonces en alguna parte del Mediterráneo occidental, junto a pequeñas estribaciones de los Pirineos que culminaban una extensa llanura. El término bautizó a toda esa región que se extendía tras la colonia insustantivada y cada vez más defenestrada, que respondía en palabras más actuales por el nombre de mercado. Eso es lo que significa etimológicamente el término Ampurdán.
Las autoridades competentes llegaron a la conclusión de que alguna señorita de esas que fuma, algún machote que suele beber más de lo que inhala o el mismísimo perro cancerbero, conocedor de las llamaradas infernales, decidieron transformar un vergel en vulgares cenizas arrojando una minúscula colilla. Las autoridades que, como todos sabemos perfectamente, son las únicas capaces de voltear el ensañamiento contra una institución secularmente arraigada pero ahora en declive, se dejan los pocos recursos a su disposición para en primer lugar determinar la culpabilidad del trágico acontecimiento. El mercado ardió y merece la pena indagar entre espirales genéticas encontradas en los restos de aquellas colillas que fueron arrojadas por seguramente seres imprudentes como la mayoría, de carne, hueso y menor monedero para enfrentarse a responsabilidad alguna.
El autor de la fechoría podrá ser encarcelado el resto de su vida pero difícilmente responsabilizarse de haber convertido el vergel en un infierno. Sólo algunos elegidos como por ejemplo Leo Messi serían capaces de financiar costosos trabajos de reforestación en el caso de seguir en el futuro recibiendo su altísimo salario. Aquella cantidad que percibe en un mes y que los demás no cobraremos en largos años de nuestras modestas vidas. En el hipotético caso de que el ejecutivo catalán lleve adelante la idea de utilizar la fuerza de trabajo de los presos en la reforestación a cambio de rebajar penas, la asunción de responsabilidades sólo estaría al alcance de otro tipo de deportistas situados en el otro extremo pirenaico y con menores estipendios. Quizás solamente algún «aizkolari» de brillante currículo fuera capaz de pagar por los daños ocasionados a una amplia colectividad.
El mercado que los griegos formaron en tierras lejanas no se sustentaba exclusivamente por el intercambio de productos sino por la existencia de los mismos. La institución se desarrollaba allí donde la población además de satisfacer todas sus necesidades se podía permitir el lujo de intercambiar el excedente. Una simple colilla puede terminar con el auténtico mercado y nadie remediarlo. La solución para lo más extensamente conocido del término que en el caso que nos ocupa no fue otra cosa que un punto concreto, dentro de una región mucho más extensa es más simple pero a su vez superficial. Una superficial inyección, una resolución de los tribunales de arbitraje que los regulan o una restauración de la plaza pública donde se realizan las actividades comerciales son medidas estéticas como lo simbolizará la condena al imprudente fumador.
Uno de los puntos más débiles de la institución es que cada agente ha ido acumulando demasiado poder en proporción a los males que puede ocasionar en todos los demás. Sin embargo sólo alguno de ellos saldarlos adecuadamente.
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